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La radio era más jóven que hoy Internet cuando el oyente marplatense comenzó a familiarizarse con la voz de Mario Trucco. En el resto del país lo conocieron por sus comentarios deportivos a partir de la década del 60 “pero afortunadamente en otras áreas tuve la oportunidad de aportar alguna presencia”, como él dice en su libro “El Deporte y la Vida. 70 años de periodismo con identidad marplatense”. En el capítulo titulado La Gallina Verde (páginas 37 a 59) recuerda anécdotas con algunos de sus compañeros en Radio Belgrano entre 1971 y 1983: China Zorrilla, Pinky, Martha Mercader, Julián Centeya, Rubén Corbacho, Leo Sala y una historia muy especial con Vicente Forte y Arsenio Erico.

LA GALLINA VERDE

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China Zorrilla, Pinky, Martha Mercader, Julián Centeya, Vicente Forte y Arsenio Erico

Tapa Mario Trucco El deporte y la vida.j

No cabe duda que a mí se me identifica con la actividad deportiva, pero afortunadamente en otras áreas tuve la oportunidad de aportar alguna presencia, y en modo particular en el transcurso de los años que residí en Buenos Aires, que fueron de 1971 a 1983, y participé en programas radiales de los denominados ómnibus, que abarcaban toda la mañana. Primero fue La Gallina Verde, después Rulos y Moños, de 8 a 12 siempre por Radio Belgrano y luego El Tranvía. Eso motivó el contacto con estrellas de la locución, de la interpretación, que habían alcanzado mucho antes de mi encuentro con ellas una posición que motivaba la admiración general de la que participábamos.

Han pasado muchos años, pero mantengo vívidas algunas escenas, como la llegada de China Zorrilla a la audición de La Gallina Verde, aprovechando inclusive la cercanía de su domicilio, vivía enfrente de Radio Belgrano, en la calle Uruguay al 1200, y venía como una ama de casa, que en lugar de hacer mandados simplemente va a cumplir una obligación laboral. Nos sorprendía verla llegar con su tejido, y mientras aguardaba el momento de actuar frente al micrófono seguía agregándole vueltas a la pañoleta o a la mañanita que estaba confeccionando, con una actitud que parecía más propia de un hogar familiar, de una actividad de nuestras madres, que de una estrella de la escena. O la elegancia de Pinky, que en alguna oportunidad me movió a decirle: Mirá, vos comprenderás que en mi casa me preguntan cómo sos. Y Pinky, que era muy cordial, con la sonrisa de siempre, quiso interesarse en saber qué decía yo en mi casa, y le dije: Voy a cometer una grosería. Dije que todo te quedaba bien, que era increíble, por ejemplo ahora estás con una prenda color verde, otra prenda color azul, un sombrero con los dos tonos y desciende como si fuera una cola abarcando parte de tu espalda esa misma tela. Y yo nunca vi una combinación igual. No creo que sea una cosa que pueda lucirse si no hay realmente un señorío.

Me dio una contestación muy técnica, muy específica, para mí incomprensible. Yo todavía recordaba aquel trajecito de Flor de Ceibo que con 60 pesos conseguíamos en la sucursal de Los Ases cuando el gobierno había impulsado la venta de prendas de industria nacional. Me dijo simplemente, sin abandonar la sonrisa ni la evidente tolerancia: Porque es verde manzana y azul eléctrico, tontito.

***

 

Sería una torpeza de mi parte concluir una referencia que hice al pasar sin agregarle otros matices que servirán para demostrar mi admiración y mi afecto por esa figura excepcional que fue China Zorrilla.

Nieta del poeta oriental Juan Zorrilla de San Martín e hija del escultor oriental José Zorrilla de San Martin, que entre otras obras legó para la capital federal el monumento a Julio Argentino Roca, acompañó a su padre a Buenos Aires siendo una chiquilina quinceañera, en el año 1937. Y un domingo les preguntaron qué quería conocer, a dónde quería ir en horas de la tarde de paseo, aprovechando su estada en Buenos Aires. La respuesta pinta de cuerpo entero a una mujer que alguna vez exaltó la importancia que tuvo en la formación del pueblo uruguayo la afición por la lectura, el afán de conocimientos, de ilustración, el de tratar de abrevar en la lectura y en las fuentes de información para ir concretando una formación intelectual que ha distinguido por su alto nivel al pueblo oriental.

La respuesta no tenía absolutamente nada que ver con las inquietudes que, por estar incluidas en las generales de la ley, podían animar a China y a Guma, una de sus cuatro hermanas, que fueron unánimes en la expresión de entusiasmo con que manifestaron cuál era el deseo: ir por la tarde a una cancha de fútbol. Porque ellas, a modo de explicación, les hicieron saber a los sorprendidos e ilustres participantes de los agasajos a la delegación oriental, que todos los domingos en Montevideo iban con la familia a ver fútbol, que después de todo era, es y será una auténtica expresión popular, entre los orientales y entre nosotros.

***

Hemos disfrutado la felicidad que significa estar bien rodeado en muchas de nuestras actividades laborales. Recuerdo la importancia que tenían algunos diálogos que se desarrollaban en la misma mesa de trabajo donde nos desenvolvíamos. La mayoría de las veces escuchando en silencio con deseo de aprender, otras veces intentando diálogos con cierta animación, pero todo en definitiva condujo al logro de grandes amistades. En una oportunidad se incorporó a la mesa de trabajo desde la que se difundía La Gallina Verde una figura femenina de entonces importante función política, que había alcanzado logros ya, significativamente laudatorios, ejerciendo la siempre ambicionada tarea de la literatura: Martha Mercader.1

Más allá de su situación política, guardo de ella el mejor de los recuerdos por su señorío, su clase, la gran capacidad para incorporarse a un grupo ya definido, no del todo serio en circunstancias especiales como las que provoca por ejemplo la puesta en el aire de una pieza musical que da lugar a la apertura del diálogo no siempre con frases correctas y que coloca, en modo particular a la mujer, en una situación compleja. Yo, por esos días manifiesto que disfrutaba fugaces encuentros con Julián Centeya2 en el edificio de Uruguay 1237 donde funcionaban en planta baja LR3 Radio Belgrano, en el primer piso LR2 Radio Argentina y en el piso superior LS6 Radio Del Pueblo. Centeya cumplía tareas en LR2 pero por razones muy especiales que él sabría, poco antes de ascender al primer piso, donde difundía sus sabrosas charlas, daba una recorrida por la planta baja y se instalaba en nuestra sala de locución, ahí donde estaban los dos micrófonos pendientes y en un rincón un piano que servía también como escritorio para quienes depositábamos algún apunte. Cuando se produce el ingreso de Martha Mercader al grupo, pocos días pasaron para que también se pusiera de relieve el interés por visitarnos de Julián Centeya, ya septuagenario, que había tenido las vivencias que volcó no solamente en sus inolvidables charlas, en sus intervenciones en prolongadas sobremesas (en opinión de José Gobelo, quien no escuchó a Julián Centeya en esas sobremesas prolongadas no tiene idea de lo que podía alcanzar en brillo, en emotividad, en profundidad y en humor la disertación de Julián). Llegaba siempre con suficiente antelación como para esa recorrida, que interpretábamos como una cordial visita, pero con un detalle: siempre buscaba la oportunidad de conversar junto al piano, es decir cerca de un rincón, con la querible autora de Juanamanuela Mucha Mujer.

Confieso que a través de una tendencia a la broma que siempre he tratado de imponer en mi trabajo gané rápidamente la confianza de una señora que tenía un gran sentido de la ubicación. Lo que me permitió decirle –exhibiéndome un tanto como el sabihondo en materia de segundas intenciones- que estaba observando con sorpresa la frecuencia con que Julián conversaba minutos antes con ella, y que me parecía que había despertado en él un interés muy particular.

Martha sonrió con una especie de comprensión, suficiencia, agradecimiento, supuesto agradecimiento, y me dijo que ella tampoco había ignorado esa situación, a la que le daba mucha importancia, sobre todo por despertar el interés de conversar a un hombre con la vivencia, con las experiencias de vida que incuestionablemente se reconocían en ese bohemio a ultranza que despreciaba los bienes mundanos en aras de una convicción en materia de forma de vivir. Pero, de cualquier forma –y aquí estuvo el remate que me hizo comprender hasta dónde puede llegar la sagacidad de una mujer inteligente- no puedo negarte que me halaga como mujer, pero al mismo tiempo me preocupa porque tengo que admitir que dentro de este grupo numeroso de hombres que me rodean todos los días, haya despertado el mayor interés en el que ha acumulado más años de vida. Y eso, como mujer, me preocupa mucho.

No creo que resulte difícil al amigo lector, imaginar cuál puede ser la reacción de quien, por esas cosas del destino, tiene la fortuna de encontrarse, no en un plano de igualdad, pero en una posición relativamente cercana con las figuras a las que ha admirado, a las que ha deseado conocer durante muchos años y que por imperio de las circunstancias han llegado a jerarquizar y compartir el lugar donde uno ha trabajado.

Martha Mercader fue una de las mujeres que había despertado en mí mayor interés, por su capacidad intelectual, todavía disfrutando de la gran respuesta que había encontrado su libro sobre Juana Manuela Gorriti. Cuando se incorporó al plantel que animaba la mañana de Radio Belgrano, allá por 1972, para mí fue una alegría enorme, y además doble porque sirvió para confirmar que reunía todos los atributos que yo había imaginado de ella a través de la lectura.

Agradable, muy ubicada, siempre es importante adaptarse a las características de un lugar que es ocupado por personalidades con distintas características y a las que uno en definitiva debe acoplarse. Para todos tenía un trato sumamente cordial y accesible. Es más, debo confesar que su proyección política fue acompañada por gran interés por parte mía, más allá de sus resultados. Queríamos que tuviera éxito en su gestión porque entendíamos que reunía los atributos necesarios para conocer, comprender y buscar soluciones de problemas que sobrellevamos muchos de quienes residimos en este país.

***

Me enternece aún el solo recordar a Nora Páez. Bastaría decir que cuando ella y otro querido compañero, Hugo Ibáñez, fueron declarados los mejores locutores de tanda por parte de sus colegas agrupados sindicalmente, constituyó una de las grandes alegrías de todos aquellos que valorábamos su capacidad profesional, su sensibilidad. Había sido en su juventud, cancionista, y en condición de tal se había presentado –en julio de 1945- en Asunción del Paraguay, coincidentemente con la actuación de la selección argentina de fútbol compitiendo por la copa Rosa Chevallier Boutell. En una fiesta que fue continuidad de la celebración de esa confrontación futbolística conoció al medio zaguero derecho de Chacarita Juniors que integraba la selección, el excelente Manuel Aragüez, sucesor de Ernesto Duchini en la línea media del conjunto funebrero. Se enamoraron, contrajeron enlace, la carrera futbolística de Arangüez se interrumpió porque sufrió una fractura durante un encuentro3.

En condición de sostén de sus padres, ya en edad avanzada, Nora vivió con una enorme responsabilidad esa asistencia, de la que no se separó en ningún momento. Conociendo su situación – sus padres habitaban con ella en el barrio de La Boca- era doblemente grato compartir con ella la tarea diaria. Le conocimos una debilidad: casi en forma maternal -era una mujer que estaba en plenitud, pero ya grande- acompañó los primeros pasos como locutor profesional de Fernando Bravo. Sentía por él un cariño maternal. Yo lo comprobaba toda vez que lo mencionaba y se alegraba, exteriorizando su alegría por algún éxito que pudiera acompañar, y ocurría con frecuencia, al distinguido colega. Nora Páez ya pertenece al numeroso grupo de queridas compañeras de tareas que nos han acompañado, pero sus ojos verdes, su sonrisa, su solidaridad para con el matrimonio que yo podría decir pomposamente que presidía, movió también en mí un gran afecto hacia ella. Parecía que quería hacer menos difícil el desarraigo al que nos había impuesto el ejercicio de la profesión, y guardamos de ella el más cálido de los recuerdos.

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Rodolfo Velich era un hombre maduro, elegante, posiblemente ya había doblado el codo, como solían decir nuestros mayores, pero conservaba el donaire de los porteños preocupados por vestir bien, sujeto con fuerza el nudo de la corbata, una voz que todavía tenía altisonancias bien definidas. Fue presentado como jefe de locutores de Radio Belgrano, y para mí fue una alegría enorme porque tenía todavía vívido el recuerdo y fresca la escena que significó siempre mi apresuramiento por escuchar una de las audiciones que lo tenía como protagonista principal.

Cuando, tras el saludo, le hice saber que en mi casa se había comprado por él la primera radio, se mostró interesado en conocer la historia.

Los Trucco vivimos desde 1934 hasta 1939 en Buenos Aires, en una casa de inquilinato, cuatro o cinco familias, en el barrio de La Paternal, puntualmente en Magariños Cervantes 1551, a metros de Donato Alvarez. Por esos años era todavía impresionante el panorama que ofrecía la avenida Juan B Justo, que no es otra cosa que el resultado del entubamiento del arroyo Maldonado.

Yo iba a una escuela cercana, y llegaba a casa muy próximo a la hora de iniciación del programa Ronda Policial, que comenzaba a las 13. Mi madre se preocupaba mucho por mi desapego a la alimentación. Consecuentemente para ella era un permanente motivo de inquietud verme abandonar presurosamente la comida para ir a escuchar la radio con el hombre que ocupaba el principal lugar de la casa, es decir la sala, con ventanal a la calle, donde existía la única radio que se oía en el inmueble, y una de las pocas del barrio. Su apellido era Nuñez, tenía un camión con el que hacía fundamentalmente transporte de muebles y escuchaba ese espacio, Ronda Policial.

Como solución a eso, que era preocupante para mi madre, apeló a quien realizaba entre vecindarios modestos una tarea realmente admirable bajo la identificación simple de El Ruso: la venta de cualquier tipo de cosa con amplias comodidades de pago. Generalmente se abonaba una determinada cantidad en forma mensual. Entonces, para retenerme y asegurar mi alimentación, mi mamá compró la radio: 100 pesos, a pagar 10 pesos por mes.

Constituyó un motivo de comentario generalizado, en la casa y en la cuadra, y también, aún consideandola seria, cauta, cierto aire de autoestima que se observaba en ciertas explicaciones que pretendía dar mi madre a sus vecinas. El Ruso le había dado muchos argumentos de venta, de los cuales recordaba muy pocos, pero haciendo uso de uno de ellos imponía a su audiencia, que escuchaba con mucha atención, que la radio que elogiaban, abierta, generosamente, tenía un aspecto y un excelente sonido, y era cuando aprovechaba mi mamá para decir, sin saber obviamente absolutamente nada de ese milagro que significaba la radiofonía, que tenía parlante Rola4. Yo, hasta hoy sigo sin saber las virtudes del parlante Rola, pero lo había dicho El Ruso como argumento de venta y mi mamá lo usaba (yo podría apelar a cualquier eufemismo, pero prefiero ser honesto con usted, amigo lector) para darse corte ante el vecindario.

***

Cuando La Gallina Verde se traslada a Radio Continental, fuimos varios los que continuamos en Radio Belgrano contratados por la nueva empresa que explotó el mismo espacio de 8 a 12 pero con el nombre de Rulos y Moños. Permanecimos Garaycochea, Mario Sapag y los locutores de turno, y se adicionó entre otros, un dúo de queridos amigos, Rubén Corbacho y Leo Sala. Para hablar sobre política y temas generales El Viejo Corbacho que tenía entonces 62 años pero que para nosotros así era identificado (el atrevimiento de la juventud,¿no?) y Leo Sala, que fue el hombre que ingresó al país a Bergman con una serie de notas que aparecieron en Leo Plan brillantemente desarrolladas, y que era un cordobés tranquilo, que solamente se exasperaba hablando de fútbol, rematando la casi totalidad de sus comentarios con un lapidario ‘hay que maaatar un refeerí…’.

Los contactos que Garaycochea tenía entonces con el mundo del arte llevó a que en una oportunidad nos visitara don Vicente Forte5, ya consagrado como una de las grandes expresiones de la pintura nacional. Y fue realmente impactante su presencia, porque tenía todas las características del hombre de trabajo.

Nos decía que se había iniciado en la fábrica de camas de hierro y de bronce que su padre poseía en el partido de Lanús, a diecisiete cuadras de la estación, un lugar alejado del centro propiamente dicho, y que su asistencia a la Escuela de Bellas Artes que fue una donación nada menos que de Benito Quinquela Martín al barrio de La Boca, donde muchos jóvenes pudieron abrevar su vocación y concretar sus inquietudes artísticas.

Había acotaciones importantes, significativas. Nos dijo por ejemplo que él marchaba todas las tardes, después de cumplir el horario de trabajo, caminando hasta La Boca, y que encontraba la solidaridad de sus compañeras y compañeros que se expresaban de muy distintas maneras; una de ellas era agujerando el pan que él llevaba como parte de la cena y para usar la miga como borrador de sus trabajos y sus bocetos, para el hueco que dejaba esa miga ausente, cubrirlo con una barrita de chocolate, para hacer un poco más tonificante la cena de quien sería después gran figura de nuestra plástica.

Juntamente con esos recuerdos de una infancia que conoció mucho el trabajo físico, nos decía de su pasión por Independiente, ya encausando hacia nosotros la conversación, por razones de área de conocimiento. Y entonces, en un momento determinado, dice que él concurre a la cancha como lo hizo siempre de chico, siempre tuvo que postergar el sueño de conocer y saludar a los ídolos de su adolescencia y su pubertad. Y me nombra a una serie de jugadores. Obviamente el Negro Manuel Seoane, a Luis Ravaschino… pero también incluye a Arsenio Erico, a Antonio Sastre, a Vicente De la Mata, a Raúl Leguizamón. Eso movió a que yo le preguntara:

  • ¿Pero usted no llegó a conocerlos, no se hizo conocer? Porque le aclaro que con solo presentarse ante cualquier miembro de la comisión directiva y expresar su deseo, lo van a acercar a cualquiera de esas figuras brillantes que tuvo Independiente.

Y me dijo, en un tono muy callado, con una voz que no alteraba emocionalmente sino en forma muy esporádica:

  • No, Mario, yo tengo formación de pobre, y voy a ver a Independiente pero desde la tribuna popular.

Entonces me dio pié para que le dijera:

  • ¿Le gustaría conocer a Erico?

Y se le iluminó el rostro, le brillaron los ojos, y eso apresuró entonces mi contacto con Arsenio Erico. Yo sabía, porque ya había hecho alguna nota con él, que vivía en Castelar. Tras preguntarle si le interesaba un encuentro y recibir una apasionada respuesta afirmativa, tiré los hilos para concretar una entrevista y Erico se mostró complacido de que le realizáramos una visita, que yo iba a aprovechar para realizar una nota que después volqué en un semanario donde trabajamos un año y medio. El secretario de redacción era Emilio Laferranderie, El Veco, que había dejado El Gráfico por esa época; estuvieron al principio Enrique Macaya Márquez, Oscar Gañete Blasco y una serie de figuras importantes dentro de ese momento periodístico. Trabajamos un año y medio, sin descanso… y sin cobrar. Porque habíamos hecho una cooperativa y económicamente no nos dio resultado. Pero yo aproveché para hacer una nota para esa revista.

El encuentro fue realmente conmovedor. Yo pasé a buscarlo en un remise, y don Vicente Forte tuvo el acierto –hasta ese momento yo lo consideré así- de acompañarse con una tela de 1,20 x 80 centímetros que reproducía lo que había sido inspiración en un movimiento muy propio del fútbol cuando se va en procura de una pelota que viene de alto, que fue donde más llegó a asombrar esa excepcional capacidad goleadora de Arsenio Erico, dueño de varios records en materia de goles, y que presentaba abundantes ejemplos de su acierto con cabezazos impresionantes.

Allá llegamos. Todo transcurrió muy cordialmente y entonces, en un momento determinado, don Vicente le pide a quien nos había llevado, que traiga el cuadro, y le aclara que eso está inspirado en una de sus espectaculares intervenciones en lo alto, que llevaron a que alguien dijera que era ‘el trampolín humano’, donde sobresalía su figura, incluso a veces sobre las manos extendidas y hacia lo alto de los arqueros. De más está decir que parecían empequeñecidos los demás protagonistas. Y eso había inspirado a don Vicente Forte, desde luego con mucha fantasía, a un trabajo que despertó la admiración de Erico, que a punto estuvo de estirar los brazos para recibir la obra.

Yo, con no poco temor, advertí que también existía el propósito de retenerla por parte de don Vicente Forte, que finalmente le pidió al remisero que lo retornara al automóvil el cuadro que había sido producto de la admiración de quienes le vimos.

Terminó la entrevista, que duró mucho tiempo. Ahí tuve yo la oportunidad de recordarle algo a Erico, quien en toda su casa no tenía una sola fotografía que pudiera servir de testimonio de lo mucho que realizó durante más de una década en el fútbol argentino. Reparé en una nota que había leído en el diario Crítica y le dije: supongo que habrá sido para usted todo un halago leer una nota de Pablo Rojas Paz, una de las grandes plumas de la literatura argentina, que como tantos literatos de esa época, lograba algunos ingresos, magros ingresos, escribiendo en diarios populares como Crítica o El Mundo. Pablo Rojas Paz firmaba con el nombre de El Negro de la Tribuna, y hay una nota panegírica de Arsenio Erico que termina diciendo: qué lástima que en Buenos Aires no haya una pared suficientemente grande como para escribir con letras indelebles: Viva Erico de Independiente, y al que no le guste que reviente. Y ahí me interrumpe Arsenio Erico, la modestia personificada, una humildad auténtica, espontáneamente exhibida, que recordaba muy pocas cosas porque no se empeñaba en recordarlas, que me interrumpe para corregirme: No, eso no es del Negro de la Tribuna, como firmaba Carlos Rojas Paz; esa nota está firmada por Carlos de la Púa. El momento difícil pasó rápidamente.

Quedó para siempre el recuerdo de la forma en que alegró al viejo ganador de tantas batallas en procura de pelotas de alto la recordación de esa pluma que tanto se destacó en el lunfardo, autor de La Crencha Engrasada en 1928, y que ponía en manifiesto la admiración que aún en hombres de la cultura despertaba la plasticidad de Arsenio Erico buscando pelotas de alto.

Cuando ya de regreso, hacemos los primeros metros en el automóvil, fue inevitable cruzar una mirada con don Vicente Forte, que adivinó lo que yo le quería decir o lo que yo estaba pensando y me dijo:

  • Fue un momento muy difícil, verdad?

  • Sii. Yo creo que hubo ciertas interpretaciones que no eran las acertadas.

  • Pero sabe que ocurre, Mario: yo gano premios hace mucho tiempo, menciones honoríficas, pero plata estoy agarrando hace un par de años y este cuadro está valuado en 700 mil pesos. No estoy en condiciones de desprenderme de ello.

A mí realmente me impactó la sinceridad. Con el correr de poco tiempo me habitué a encontrarme con la preocupación de Don Vicente Forte por ayudar en la mayor medida posible a una obra benéfica. Así impulsó solidariamente obras en la zona costera bonaerense, por el lado de Villa Gesell. Meses después de la entrevista, cuando ya estaba internado, concurrí a visitarle y me hizo referencia a la tarea de ese pabellón propio para los chicos disminuidos y entre lágrimas me dijo que el producido del libro que había escrito era todo, absolutamente todo, para engrosar los fondos de esa institución benéfica. Y me ofreció un libro que yo atesoro, que forma parte del desarrollo de una vida de un hombre de trabajo con formación de pobre, como me afirmó aquella vez para justificar su concurrencia a las canchas pero para ocupar los sectores populares.

MARIO TRUCCO

El Deporte y la Vida / 70 años de periodismo con identidad marplatense

Casa de Madera / 2018


 

1 Martha Evangelina Mercader (1926-2010), notable cuentista, narradora y guionista, militante y diputada radical, fue directora del diario La Calle.

2 Julián Centeya (1910-1974), el hombre gris de Buenos Aires, seudónimo de Amleto Enrique Vergiati, poeta, recitador y letrista, gran conocedor del lunfardo.

3 Manuel Leandro Aragüez (27-9-16) jugó 9 partidos en la selección nacional, 132 en Chacarita y 58 en otros clubes. Hizo 27 goles.

4 Rola Company (Oackland, California) fue un fabricante de altavoces y transformadores muy prestigioso en su momento.

5 Vicente Forte (Lanús 1912-1980). Sus obras integran el patrimonio del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y del Museo Municipal de Artes Plásticas Eduardo Sívori, entre otros.

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MARIO TRUCCO y el elenco de Rulos y Moños en Radio Belgrano de Buenos Aires

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